lunes, 16 de mayo de 2011

¿Por qué el final feliz?


El gordo blanco se deslizaba por una pendiente de calles blancas dejando una sombra negra como estela. Al principio se sintió libre al respirar el olor azul, azul de las calles, y se dejaba caer relajadamente. Cuando empezó a marearse, ya no pudo dejar la mente en blanco. Cerró los ojos con todas sus fuerzas, deseando parar, y cuando los abrió vio una prostituta. Pensó en cogerla, pero era tan bundia, rosa abermellado, ridícula, que le dio vergüenza que fuera su salvación, y se decidió  a pasar otra media hora resbalando entre calles. Giró el cuello como pudo para ver si la prostituta seguía ahí, y vio en la curva negra que le perseguía una mujer negra acechando a su sexo desnudo y blanco. Se olvidó de sus preocupaciones cuando otra prostituta quiso ayudarle, pero también la rechazó: tenía los dedos cortos y bondadosos y respiraba lástima, y no quería que nadie lo ayudara por pena. Quería parar ya, miró hacia atrás una vez más tratando de buscar la cabeza de la negra, pero se resbalaban tan bruscamente las calles mojadas por su cuerpo que no pudo fijar la mirada. Decidió coger a la siguiente prostituta aunque fuera terrible. No lo fue. Era una prostituta masculina, alargada y con el interior vivo y un anillo en el dedo gordo. Más que en posición de "agárrame" se dejaba caer en una postura relajada, seguramente dormida. Aunque le daba pereza, se estiró para agarrarla, y lo logró. No duró demasiado: estaba fría y húmeda. Húmeda y desagradable, no podía soportarlo y la soltó. La prostituta, sin embargo, había despertado, y parecía sentir cierta atracción por el desnudo blanquito así que, pasionalmente, cogió al señor por la cabeza calva y redonda y lo arrancó de su media hora de caída. Él luchó, mordió, arañó y suplicó para que dejara de tocarle, pero la prostituta no podía escucharle dado que carecía de orejas. Como si esto fuera poco, el camino negro se ergía en forma de mujer que le invitaba a gozarla entre calles blancas, y cuanto más luchaba por zafarse de la prostituta mojada, más fuerte tiraba de él. La silueta se dibujaba agresiva y se movía para dejar al descubierto todas sus curvas; él se moría de necesidad, tenía tanta sed que apenas podía luchar, y se limitaba a dejarse manosear por aquella terrible prostituta imaginándose con esa negra que parecía mirarle a los ojos y excitarse.
Los ojos sin párpados se encendieron para no dejar la ciudad a oscuras, y el pasaporte ya no estaba entre su carne.

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